NATACIÓN
Últimamente
hay una tendencia constante hacia la vida saludable. Estamos rodeados de
ofertas de gimnasios, avisos de cursos de yoga y pilates entre otras
maravillas. Los reportajes en la televisión enumeran los beneficios del
ejercicio físico y “quien tenga oídos que oiga”. Yo casi siempre estoy sorda…y
gorda. Solo en vacaciones de verano se me destapan las orejas y escucho una voz
a lo lejos que me dice “preocúpate por tu salud”
Es así
como cada verano, por culpa de esa voz, me matriculo sin ganas ni convicción en
el gimnasio de moda. He estado en todos, los chicos y los grandes; los de
barrio y los con muchas sucursales; sola y acompañada, pero nada. Siempre pago
para ir todo el verano y nunca llego a las dos semanas de asistencia. Plata al
agua.
Pero
lo que si me ha dado resultado en tres ocasiones es el agua. Amo nadar. Me
encanta ir a la piscina a clases de natación. No nado bien pero tampoco nado
mal. Me relaja, me libera. A penas vuelve el sol a Lima, empiezo a buscar
piscina. La que está más cerca, la que está de oferta.
Este
verano busque piscina desde diciembre, pero el día que me iba a matricular, mi
salud me lo impidió. El mes de enero reventaba de gente y un cachuelo de verano
me dejó sin horario. Pero febrero era el mes. Y yo necesitaba nadar más que
nunca. Tenía doble motivo. Personal y maternal. Escuche la voz y seguí su
consejo. No salí del agua hasta que el sol se fue, de este último, largo e
inusual verano.
El
horóscopo chino dice que el 2012 es el año del dragón de agua y yo me pase mis
primeros meses de embarazo sumergida en ella. Nade de tarde y de mañana. Nadaremos
mí querido bebé, nadaremos.
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