domingo, 1 de julio de 2012


VER PARA CREER

Eso dijo Santo Tomás. No creyó en lo que decían los emocionados discípulos. Ellos gritaban a voz en cuello que Jesús estaba de nuevo con ellos, pero como Tomás no estaba, no vio, no creyó, y pagó muy cara su duda. Yo también pague mucho por lo mismo. Tenía en mi poder una prueba de embarazo con resultado positivo, pero creía que estaba soñando. Necesitaba más pruebas. Con nerviosismo y ansiedad fui por mi segunda prueba. Ansiedad porque deje de dormir desde ese día por temor a despertar del sueño y que alguien me diga que todo era mentira; y nerviosismo porque ese lunes camino a la segunda prueba me caí de rodillas por mirar al cielo para seguir soñando.

En menos de 20 minutos que parecieron 20 horas, la amable enfermera tenia listo mi resultado del análisis de sangre. Un sobre cerrado que decía si realmente estaba embarazada. Cual habrá sido mi cara de emoción que la señorita en cuestión no espero a que yo abriera el sobre. Me dijo de frente y sin pausa, -es positivo señora- Me quede pasmada. Inmensamente feliz. Con solo un pie fuera del consultorio, llame a mi esposo para confirmar la noticia. Él sin respirar comunicó la noticia a toda la familia, y no se olvidó de nadie, se enteraron en EE. UU. y en Europa.

La masificación de la noticia me hizo entrar en pánico, llenándome de dudas. Me acorde de Tomás. Necesito ver. Solo si veo, creo. Vamos al doctor, quiero una ecografía. Tuve que controlar mis temores durante una semana, no había cita. La noticia seguía avanzando como el correcaminos por culpa de un par de afortunados y ocurrentes comentarios en las redes sociales. Llegó el día de ir a la clínica. El examen era de alto costo, súper incomodo pero indispensable. No le quite la mirada de encima a mi esposo. Sus ojos me daban seguridad. En breve la pantalla nos mostró un pequeño puntito dentro de una bolsita. El bebé estaba ahí, estaba bien acomodado, estaba perfecto, tal y como lo había soñado. Dichosos los que creen sin ver. 

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