VER
PARA CREER
Eso dijo Santo Tomás. No creyó en lo que decían los
emocionados discípulos. Ellos gritaban a voz en cuello que Jesús estaba de
nuevo con ellos, pero como Tomás no estaba, no vio, no creyó, y pagó muy cara
su duda. Yo también pague mucho por lo mismo. Tenía en mi poder una prueba de embarazo con
resultado positivo, pero creía que estaba soñando. Necesitaba más pruebas. Con
nerviosismo y ansiedad fui por mi segunda prueba. Ansiedad porque deje de
dormir desde ese día por temor a despertar del sueño y que alguien me diga que
todo era mentira; y nerviosismo porque ese lunes camino a la segunda prueba me
caí de rodillas por mirar al cielo para seguir soñando.
En
menos de 20 minutos que parecieron 20 horas, la amable enfermera tenia listo mi
resultado del análisis de sangre. Un sobre cerrado que decía si realmente
estaba embarazada. Cual habrá sido mi cara de emoción que la señorita en
cuestión no espero a que yo abriera el sobre. Me dijo de frente y sin pausa,
-es positivo señora- Me quede pasmada. Inmensamente feliz. Con solo un pie
fuera del consultorio, llame a mi esposo para confirmar la noticia. Él sin
respirar comunicó la noticia a toda la familia, y no se olvidó de nadie, se
enteraron en EE. UU. y en Europa.
La
masificación de la noticia me hizo entrar en pánico, llenándome de dudas. Me
acorde de Tomás. Necesito ver. Solo si veo, creo. Vamos al doctor, quiero una ecografía.
Tuve que controlar mis temores durante una semana, no había cita. La noticia
seguía avanzando como el correcaminos por culpa de un par de afortunados y
ocurrentes comentarios en las redes sociales. Llegó el día de ir a la clínica.
El examen era de alto costo, súper incomodo pero indispensable. No le quite la
mirada de encima a mi esposo. Sus ojos me daban seguridad. En breve la pantalla
nos mostró un pequeño puntito dentro de una bolsita. El bebé estaba ahí, estaba
bien acomodado, estaba perfecto, tal y como lo había soñado. Dichosos los que
creen sin ver.
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