TECNOLOGÍA
DE PUNTA
Soy
una negada para la tecnología. Soy tan vieja, que en el colegio lleve curso de
mecanografía antes de llevar computación. Probablemente soy la presidenta de
los inmigrantes digitales. Quizá por falta de interés. Tal vez por extrema
comodidad ya que tengo un experto en tecnología a mi lado. El caso es que la
tecnología y yo no nos llevamos muy bien. La persigo contantemente y cuando
logro alcanzarla, ella ya me volvió a superar.
No
niego que sea de gran ayuda y que actualmente no podemos vivir sin ella. No
podría ejerceré mi labor como profesora sin mi querida laptop o sin la ayuda de
Google; solo por nombrar un par de grandes herramientas de estos tiempos. El caso
es que al final del verano amé e idolatré la tecnología al punto de dar gracias
al cielo por ella.
Después
de la semana once de embarazo mi doctor me indicó hacerme una ecografía. Me
dijo que era una ecografía muy importante y me sugirió un lugar en Jesús María
para hacerla. Como “donde manda capitán no manda marinero” obedecí sin chistar.
Coordine con mi esposo y fuimos el sábado a acatar la indicación del médico.
Novatos en estos asuntos, todo nos tomó por sorpresa, pero no podíamos dar
marcha atrás. Luego de esperar un buen rato, entramos a la sala donde se
realizaría la ecografía. Especialista y enfermera dieron las indicaciones. Yo
más ansiosa y nerviosa que de costumbre, no lograba entender nada.
Grande
fue la sorpresa cuando en la pantalla a pareció la imagen más bella que una
madre se puede imaginar. Con solo once semanas de embarazo yo veía una
naricita, la cavidad de sus ojitos, su barriguita y sus bracitos; y todo, todo
lo que los avances en tecnología, en esa ecografía en tercera dimensión me
mostró esa mañana era increíble, perfecto, único, maravilloso y soñado.
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